sábado, 18 de marzo de 2017

DEREK WALCOTT (1930-2017): 3 poemas del mar.

"Marley cantaba rock en el estéreo del autobús
y aquella belleza le hacía en voz baja los coros."
                        (Derek Walcott. La Luz del Mundo)

17 de marzo de 2017: el mulato de la isla caribeña de Santa Lucía, el Homero del siglo XX, ha muerto.
Reconfortaba a mi ego subterráneo el que algunos críticos afirmaran que el poeta vivo más flamante de la lengua del imperio no era gringo ni inglés, ni siquiera blanco, sino latinoamericano, nacido en una isla con nombre de mujer.
A continuación, tres poemas del premio Nobel de Literatura 1992.
El primero es el fragmento inicial de uno de los textos centrales de Walcott, el poema extenso "The Schooner Flight" (La goleta El Vuelo), que narra en once partes las aventuras y desventuras de Shabine, un marinero mulato. Pueden bajarlo completo dando click aquí, o leerlo dando click a este enlace.
Los otros dos fueron sacados del volumen El testamento de Arkansas, publicado por Visor en 1994. Uno de los mejores poemas de ese libro (y de Walcott) es “La Luz del Mundo, que pueden leer en la página web Círculo de Poesía.

Otro poema en la red: “El Mar es Historia, publicado en la revista Vuelta en 1987. .

LA GOLETA EL VUELO
(fragmento)

1
Adiós, carenaje

En el ocioso agosto, cuando el mar se apacigua
y hojas de islas morenas se adhieren a la orilla
de este Caribe, apago la vela
junto al rostro sin sueños de María Concepción
para engancharme como marino en la goleta El Vuelo.
En el patio agrisado por el alba,
permanecí como una piedra y nada más se movía
salvo un mar glacial que ondeaba galvanizado
y las claveras de las estrellas en la bóveda celeste,
hasta que un viento comenzó a inmiscuirse con los árboles.
Pasé junto a mi hosca vecina que barría el patio
cuando bajaba la colina, y entonces casi dije:
"Barra pasito, bruja, porque ella tiene el sueño ligero",
pero la perra miró a través de mí como si estuviera muerto.
Un taxi se detuvo, las luces de parqueo encendidas.
El chofer levantó mi equipaje con una sonrisa sarcástica:
"¡Esta vez, Shabine, como que te vas de verdad!"
No le respondí al imbécil, simplemente me arrellané
en el asiento de atrás y miré al cielo incendiarse
sobre Laventille, rosado como la camisa en la que dormía
la mujer que abandonaba
y miré el espejo retrovisor y vi a un hombre
exacto a mí, y el hombre lloraba
por las casas, las calles, por toda esa isla de mierda.

¡Que Cristo se apiade de todo lo que duerme!
Desde ese perro que se pudre en Wrightson Road
hasta yo mismo cuando era un perro en estas calles;
si amar estas islas ha de ser mi cruz,
de la podredumbre de mi alma remontará el vuelo;
pero habían empezado a envenenar mi alma
con su casa grande, su carro grande, su gran jolgorio,
culi, negro, sirio y criollo francés,
así que se las dejo a ellos y a su carnaval;
yo voy a tomar un baño de mar, me voy por el camino.
Conozco estas islas, de Monos a Nassau,
un marino de cabeza oxidada y ojos verde mar
que ellos apodan Shabine, jerga para
cualquier negro pelirrojo, y yo, Shabine, vi
cuando estas barriadas de imperio eran el paraíso.
No soy más que un negro pelirrojo enamorado del mar,
recibí una sólida educación colonial,
de holandés, de negro y de inglés hay en mí,
de modo que o no soy nadie o soy una nación.

Pero María Concepción era todo mi pensamiento
al observar el mar levantarse y caer
mientras el lado de babor de los botes pesqueros, yates y goletas,
era pintado otra vez por las pinceladas del sol
que escribía su nombre con cada reflejo;
supe, cuando el atardecer de negra cabellera se puso
sus sedas brillantes al ocaso y, doblando el mar,
se escurrió bajo las sábanas con su risa estrellada,
que no habría reposo, que no habría olvido.
Es como contarles a los dolientes alrededor de la tumba
sobre la resurrección, ellos quieren al muerto de vuelta,
entonces sonreí para mí cuando soltaron amarras
El Vuelo giró rumbo al mar: "De nada sirve repetir
que el mar tiene más peces. A ella no la quiero ataviada
con la asexuada luz de un serafín,
quiero esos redondos ojos castaños como un tití, y
hasta el día en que pueda recostarme y reír,
esas uñas que cosquilleaban mi espalda en las tardes
sudorosas de domingo, como un cangrejo en la arena mojada."
Mientras trabajaba, observando las deleznables olas
pasar la proa que tijeretea el mar como seda,
juro a todos ustedes, por la leche de mi madre,
por las estrellas que han de huir del hornillo de esta noche,
que los amé, a mis hijos, mi esposa, mi hogar;
los amé como los poetas aman la poesía
que los mata, como los marinos ahogados el mar.

¿Alguna vez al mirar desde una playa desierta
han visto una goleta lejana? Bueno, cuando escriba
este poema, cada verso estará empapado en sal;
voy a anudar cada línea tan fuerte
como las cuerdas de este aparejo; para decirlo claramente,
mi lenguaje ordinario será el viento,
mis páginas las velas de la goleta El Vuelo.
Pero déjenme que les cuente cómo empezó este asunto.


Traducción: Álvaro Rodríguez Torres,
para la edición del libro El Reino del Caimito, editorial Norma, Colombia.
LOS MARISCADORES DE CARACOLAS

Dado que la peluda ortiga, la bifurcada mandrágora y la maligna
seta, la baba de sapo o el afilado y espinoso erizo
son, por su naturaleza, venenosos, no deberíamos dudar de
lo que murmuran haber visto con sus ojos de luna los mariscadores de caracolas.
¿Quién es este príncipe? ¿Qué yelmo lleva?
Vemos volar alto a los rabihorcados carroñeros, cada vez más abundantes,
vemos que nuestro aliento traza formas vacilantes,
pero ¿qué es lo que le perturba en los empapados acantilados,
mientras mira las estrellas insomne como el mar?
¿Qué embozados rumores atraviesan el reino,
ocultándose de las linternas de los vigilantes nocturnos en las calles mojadas?
Abofeteados por nuestros inquisidores, los mariscadores de caracolas sólo farfullan:
«Es como una concha soldada a la roca del mar,
y no hay cuchillo que pueda desprenderla».

Los sutiles torturadores
fingen creerlo. El moderno sermón del prelado
muestra que no hay mal, tan sólo voluntad mal orientada,
pero los ojos de los pescadores de caracolas son grises como ostras
y la negra vela se desliza lentamente bajo su quilla musgosa.
«Es Abdón el usurpador, a cuyo corazón se adhiere el sapo.»
«No hay nada bajo su yelmo salvo vuestro miedo».
«Ha bebido las cuencas sorbidas de sus propios ojos,
y escamosas garras aferran la empuñadura de su espada».
«¿Y reaparece una vez que habéis hecho la señal de la cruz?»
«Sí. El escorpión de mar acude a su silbido como un perro».
«Bajo su saliva ácida los buitres despliegan sus paraguas,
y el mar reluce como su cota de malla a través de la niebla.
Se aferra al cuello de este mundo y no hay forma de desprenderle».
Cuando les damos caldo, y esto se prolonga durante noches,
el más joven mira el vapor hasta que se enfría.
«Si es Abdón el usurpador, ¿qué usurpará?»
Se estremece. «Ojalá se le enfrenten plateadas legiones de serafines».

Les explicamos que es la luz de la luna amotinada sobre las olas,
el espejismo de los pescadores, que tan sólo están enloquecidos
por la sal en los cortes de las palmas de sus manos, pero todos creen
que es Abdón, que lo que se yergue en el empapado rompeolas,
haciendo temblar sus alas nervudas como un perro mojado,
erecto como una pastinaca, es una manta, no el demonio;
pero el más joven repite con voz inhumana
por la afonía, como el cansino retirarse de las olas
sobre la roca ulcerada por las caracolas: «Si no es él, ¿por
qué entonces desgarran la luna las nubes de negro manto
y ahogan su redondo grito como el de una loca?»
Ojos salvajes como caracolas sobre la cuchara alzada.



GROS-ILET

De esta aldea, empapada como un trapo gris en agua salada,
llegó un lenguaje guarnecido de conchas marinas,
con una sombra de bayas en sus axilas
y codos como flexibles remos. Toda ceremonia comenzaba
en las vaguadas, los estercoleros, los funerales al alba y el ocaso
a los que asistían los cangrejos. El mar reforzaba
los olores. El ancla de las islas penetraba a gran profundidad
pero se veía siempre clara en las arenas. Muchos tiburones
y a menudo la raya, cuyas aletas son anchas como velas,
ascendían con mirada insomne desde los ondeantes corales,
y un pescador sacaba un bagre como una cabeza con tentáculos.
Y el anochecer con sus inevitables, inextinguibles candiles,
era como la Noche de Todos los Santos vuelta del revés, igual que el
murciélago obtiene su propia visión del mundo. Así, sus ojos miran hacia abajo,
divertidos, consideran que caminamos de modo extraño, y se preguntan sobre
nuestro sentido del equilibrio, sobre cómo dormimos
como si estuviéramos muertos, cómo confundimos
los sueños con cosas corrientes como clavos, o rosas,
cómo envejecen rápidamente las rocas con el musgo,
cómo el mar traza surcos que no tienen nada que ver con el tiempo,
y la arena se alza en torbellinos que no tienen nada que hacer en absoluto,
y las sombras sólo responden ante el sol.
Y ocasionalmente, como un viejo neumático,
el negro lomo de un delfín. Elpenor, tú
que te rompiste el culo, borracho, tambaleándote escotillón abajo,
y tú timonel, que navegas como la raya bajo el aliento de las olas,
seguid vuestro camino, aquí no hay nada para vosotros.
En este lugar las velas y las costumbres son distintas, los muertos
son distintos. Sus tumbas las guardan conchas distintas.
Hay diferencias más allá del paraíso
de nuestro horizonte. Esto no es el Egeo púrpura como la uva.
Aquí no hay vino, no hay queso, las almendras son verdes,
las uvas de playa amargas, el lenguaje es el de los esclavos.

Versiones de Antonio Resines y Herminia Bevia 

para el libro El testamento de Arkansas, publicado por Visor en 1994.

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